martes, 30 de marzo de 2010

CUENTO BREVE PARA FABIANA

Los sabios y barbados ancianos, reunidos en Honorable Concejo y asamblea permanente para resolver asuntos urgentes de la humanidad, parloteaban entre ellos recordando las épocas en que ningún asunto era tan urgente y las asambleas no tenían porqué ser permanentes. Ahora, además de las guerras y epidemias de siempre, tenían que lidiar con desnutrición, enfermedades nuevas, terremotos e inundaciones, cambio climático, contaminación, agujeros de ozono y derrames petroleros, extinción de especies, cristos y anticristos, y muchas otras calamidades modernas. Estaban realmente hartos, cansados y superados por las circunstancias pero, pobres... hacían lo que podían.
            Finalmente logré que me recibieran en audiencia especial, luego de cincuenta y tres años de espera. No estaba molesto por ese tiempo porque, a lo largo de todos esos años, estuve bastante entretenido viviendo. Hasta me sentí un poco tonto cuando hablé de mi solicitud al Concejo; no quería molestarlos con cosas que, probablemente, sólo le importaban a mi padre y, ahora, a mí.
            -Vengo por lo del amor, honorables ancianos, ya habrán leído el expediente que presentó mi padre hace tanto tiempo y estarán en conocimiento de lo que se plantea... pues bien, aquí estoy, feliz de recibir alguna respuesta ya que el solicitante original murió esperando.
            -Mire señor... lo recibimos sólo porque en el reglamento de este Honorable Concejo hay una cláusula que nos obliga a tratar todos los temas y dilemas importantes que se le plantean a la humanidad; francamente lo que usted nos trae es un poco... cómo decirlo... una nimiedad, una tontera con la cual sólo perdemos nuestro valioso tiempo así que, si puede ser breve en la defensa de su propuesta y ser algo más específico, hágalo ahora, por favor, y sea conciso.
            -Bien, señores; voy directo al grano: para llamar a un taxi en cualquier rincón de la tierra sólo debemos gritar ¡taxi! y en toda la tierra nos entenderán y, en cualquier parte de la tierra el taxi se detendrá a recogernos y ¡listo! asunto solucionado.
            -¿Y?
            -Eso, señores, es porque “taxi” es una palabra universal, como “hotel”, por ejemplo.
            -¿Y?  -repitió el anciano presidente del Honorable Concejo.
            -Las palabras llamadas universales sirven para solucionar problemas; básicamente sirven para que la gente de cualquier parte del mundo se entienda.
            -¿Y?   
            -Si hubiera una palabra universal para decir “amor”... ¿no tendríamos todos una vida mejor? ¿No creen que hasta sus temas a tratar en asamblea permanente se reducirían casi a cero? ¿No es un disparate que podamos llamar tranquilamente a un taxi, pero no podamos decir simplemente “amor” y ser amados, sólo porque no nos entendemos?
            El anciano soltó una lágrima –tal vez, guardada desde la última vez que amó- pero su reseca piel la absorbió de inmediato, impidiendo que cayera sobre el amarillento expediente. Su corazón -se notaba- estaba casi tan seco como su piel.
            -Si permitiéramos o propiciáramos eso, hijo, este Concejo no tendría razón de ser.
            Asunto absurdo. Asunto rechazado. Archívese.
            Desde entonces, para mí, la espera terminó y el amor tiene tu nombre.