POESÍAS


Yo, Hiroshima

Las bestias vinieron del cielo
como impostoras obscenas
de la lluvia pródiga.
Bestias impiadosas
herradas con acero ardiente
que galopan hundiendo sus cascos malparidos en mi piel
y que, en su enloquecida carrera,
sólo dejan llagas malolientes y pústulas infectas…

La fiebre que quema mis tripas…
La sangre, de color extraño, se me escapa por los poros.
Todo mi cuerpo es una vieja caldera carcomida por el orín.
Yo creía que desde el cielo sólo podían venir bendiciones…
y el agua y el sol que estremecen las simientes del próximo trigo…
y el viento suave que limpia el aire que respiro…

Pero hoy, no.
Hoy, esta mañana
llovió fuego, dolor y muerte…
La lluvia es veneno, el sol  está enfermo
y los vientos queman mis ojos que casi no ven.
Mis hijos, mi esposa y mis padres, mis hermanos…
se evaporaron como ilusiones que ya no serán.
Mi hogar, el de mi vecino y los otros
ahora son muñones de un futuro amputado…
muñones de un pasado que ya no encontrará
memorias que lo relaten
risas que lo evoquen…
ni lágrimas que lo lloren.

Sepa el mundo que en Hiroshima llovió muerte y desolación
dolor y peste, hambre y fuego, miseria… y más dolor.

Pero también sepa el mundo que, ahora mismo,
mientras se me escapa la vida
huyendo de la carne quemada,
con mi mejilla sobre la tierra calcinada
puedo apenas ver, desde un ángulo grotesco,
los pétalos trémulos de una florcita empecinada
que deja en mis labios una sonrisa
sonrisa que el mismo mundo asesino juzgará absurda,
como un rictus de la muerte…
¡Qué incapaces!
¡Qué ignorantes…
creer que se puede matar a una Flor!