sábado, 30 de abril de 2011

UNA VOZ CALLADA

 Una voz callada
(Pretensión de poesía enferma de dislexia y llena de rimas malogradas) 


Una voz siempre acallada por tiranos escondidos
puja, insolente, en mi garganta incendiada
y como un ejército de niños perdidos
se precipitan hacia la nada
en busca de tu mirada, que ya se ha ido.

Voces que he parido
aunque no he querido
ni he pedido.

Voces que por mi lengua atenazada
dejaron mi alma preñada
de palabras bienhabladas…
y de las endiabladas.

Voces que, por tenerte tan cuidada
y al fin, tan amada
nunca fueron derramadas.

Hoy tuve vergüenza
de decirte mis decires…

Me parecieron inútiles y destemplados
como balbuceos de un profeta borracho
que desorienta sus sonidos
y  tambalea, confundido,
temeroso ante tus oídos
y a la luz de tus ojos claros.

Palabras que parecían importantes
resultaron exangües, débiles
atravesadas por tus puñales de sol.

Puñales que, arteros,
deshacen en jirones
mis palabras mejor pensadas
que, pobres e idiotas,
morirán en mí
por siempre atragantadas.

lunes, 11 de abril de 2011

EL AMASIJO


   
EL AMASIJO
(Ensayo grosero sobre volar bajo o quedarnos en casa)






Motocicleta: Bello conjunto de metales, válvulas y algo de cromo que, más o menos bien ensamblados, adquiere género femenino, seduce al varón, enoja a su esposa, ofende a su suegra y que, por todas esas cualidades, nos hace inmensamente felices.

  




                ¿Quién, entre los motociclistas, no escuchó alguna vez: “no me digás que preferís estar con ese amasijo de fierros en lugar de estar conmigo y con tus hijos”?
Es curioso, pero así es. Una moto sólo nos demanda algo de combustible y lubricante, no nos reclama fidelidad, se deja montar cuando lo deseamos y, lo que es más importante, no habla. Porque los sonidos que hace son ronroneos, música para nuestros oídos.
En cambio, cuando nuestras chicas nos ven con un lubricante en la mano, lo primero que dicen es: “¡te dije que por ahí no!”.
Es todo un fenómeno digno de ser estudiado por los sociólogos. En ocasiones, hemos dejado la piel y los huesos en el asfalto de alguna curva difícil, pero jamás le achacaremos la culpa a la moto. No señor. La culpa es del boludo que diseñó esa curva maldita y, lo más común, la culpa seguramente será del fasito que nos convidaron o de la novena cerveza que nos tomamos un rato antes de mandarnos a la ruta. Jamás culparemos a nuestra máquina. Eso, nunca. No es de hombres. Pero, de todo lo que sale mal en casa, tenemos a quién culpar…
Además, le somos leales a muerte. ¿Quién no ha sentido la sensación de ser un traidor cuando la ponemos en venta? En cambio, cuando se nos va una pareja, sólo sentimos alivio y esperamos que la siguiente nos deje usar el lubricante de vez en cuando. Así somos. Y no tenemos que sentirnos mal por eso. Las que se comparan con un montón de fierros son ellas, las mujeres; ellas se proponen competir con nuestras motos y, generalmente, pierden. Claro, nuestras mujeres respiran, están vivas, son casi como seres humanos… ¿cómo se les ocurre estar celosas de una pila de chatarra inerte? Pero lo hacen, lo hacen siempre, no falla nunca.
Y si tu mujer todavía no saca las uñas, esperá un cachito y vas a ver.
El día en que tu chica te permita hacerlo por donde “no se debe”, tendrá otras cosas de qué preocuparse y ya no te celará con tu moto. Comprenderá la importancia del lubricante para que todo funcione bien –si le gustó- o entenderá cabalmente la enorme importancia de dejarte salir en tu máquina –si no le gustó-.
De cualquier modo habrá que montarlas con regularidad y firmeza por el culo… o les termina gustando o nos dejan en paz.
Para decirlo con vulgaridad, lo que debemos contestarles invariablemente cuando nos recriminan algo sobre el motociclismo sería: “tenés razón, amor, prepará la vaselina y me quedo en casa”. Veremos, entonces, que rápidamente cambian de opinión y sólo nos dicen “andá tranquilo amor y cuidate en las curvas”.
También está la posibilidad lejana de que, cuando nos vean acomodando la moto, aparezcan solitas con el frasquito de vaselina. Nosotros, en cualquiera de los dos casos, la pasaremos igual de bien.
Es al pedo… los motociclistas seremos siempre un amasijo de carne y fierros y, como decía mi abuela después del cuarto vaso de ginebra, no hemos nacido para sufrir…

UNA SOLA PLUMA

Una sola pluma
(Sólo quiero volar)
  

Pluma: Implemento de tortura producido por un ave, generalmente usado por un asno.

*Adaptado del Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce, 1891.

  

Entre las virtudes que se le atribuyen a las plumas, la más común y notoria, sin dudas, es que son tan livianas que hacen posible el vuelo de las aves, convirtiéndolas en el símbolo de la libertad.
A las aves, digo, no a las plumas.
Estoy preso. Una ventana enrejada con el vidrio roto es mi único contacto con la luz del sol. Paso mis horas mirando ese agujero mugroso que bien se parece al hueco que hay en mi alma, filoso, sucio, inútil. Aunque -debería agradecerlo- me permite, a veces, respirar un ligero aliento fresco que a duras penas alivia lo rancio y hediondo de las miserias humanas.
Esta mañana –creo que son las diez o algo así- una pluma empecinada en volar sin la paloma que le da sentido se cuela en mi celda, justo por ese agujero obsceno, directo a mi regazo. Una pequeña pluma.
Paloma de mierda que se ríe de mi estúpida condición humana. El pájaro parece decirme que espere tranquilo unas cuantas miles de casualidades como ésta; que construya mis alas y que, tal vez, algún día, pueda volar. Pájaro hijo de mil putas.
Aunque, probablemente, me está diciendo que debo escribir algo, que no sea tan necio, que las plumas son, también, el símbolo de las palabras.
Las plumas, digo, no las aves.
      Tomo un pedacito arrugado de papel, lo estiro y aliso. Con la arruinada birome que uso para escupir mi rabia en las paredes, logro escribir una frasecita que es infantil y que es cierta: “te amo”.
Y ahora, con el papelito abollado en mi mano sucia y apretada, me quedo esperando que muchos pájaros de mierda dejen caer sus plumas, miles de plumas, que vuelen con la trayectoria exacta, y que una brisa exacta, mil veces exactamente repetida, las introduzca por el agujero exacto, justo en mi celda, justo en mi regazo.
Ojalá, algún día glorioso abra mi mano, y vos, mi amor, leas el papelito. Tal vez así, por fin, pueda volar y parecerme, sólo un poco, a esos pájaros de mierda.