miércoles, 11 de mayo de 2016

CUENTO DE LA HUERTA

CUENTO DE LA HUERTA

Mire usted, desde hace mucho tiempo me siento como una lechuga. Y es más... me siento como el lumpen de las lechugas.
Así, de la nada, me di cuenta que soy el más estúpido de los vegetales. Y, desde que me di cuenta, la cosa fue de mal en peor.
Me siento como un pedacito de lechuga impunemente adherido a los dientes postizos pringosos y amarillentos de una gorda vieja y mugrosa.
Directamente de la huerta a los dientes de la gorda. Así me siento hoy.
Y es que probablemente sea una lechuga. Rodeado de pulposas y nutritivas hortalizas, hermosas frutas, picantes rabanitos… a mí me tocó ser una lechuga.
Probablemente dejé que así fuera porque eso hacen las lechugas… nada. No hice nada para ser algo más sabroso, más interesante, como lo fui hace mucho tiempo. Porque, vea usted, yo alguna vez debo haber sido un jugoso tomate, un perfumado damasco, una sabrosa frutilla o un colorido durazno.
Le digo más, yo alguna vez hacía que las cosas sucedieran. Ahora simplemente me suceden sin acción ni reacción.
Le explico: por eso me siento lechuga.
Inerte como sólo las lechugas pueden ser, a veces me mea un perro o me caga una vaca, en el mejor de los casos, cuando no me agarra a mordiscones un cerdo insaciable o me pisotea un caballo empecinado en darme mi merecido.
Y acá estoy, vea, viviendo como las lechugas viven.
Y le cuento, no sé si me interesa dejar de ser una lechuga.
Disculpe que le diga pero es mucho trabajo ser algo más.
Porque, mire, no me costó nada ser esto que soy… pero ser otra cosa es demasiado agotador para una lechuga como yo.
Además sépalo, el otro día escuché al hortelano decirle a su mujer que yo, léalo bien, estaba listo, casi pasado y que me tendrían que cosechar.
Imagínese mi espanto al saber que mi destino no sólo era la muerte… además sería quedar pegado en los dientes postizos de la gorda.
Créame, ante mi anunciado fin, reaccioné como sólo las lechugas pueden hacerlo: me quedé bien plantado.

Y finalmente le confieso algo: sólo pretendo que no duela mucho porque mi capacidad de llorar anida en mis raíces, profundamente enterradas.