CUENTO DE LA HUERTA
Mire usted, desde hace
mucho tiempo me siento como una lechuga. Y es más... me siento como el lumpen
de las lechugas.
Así, de la nada, me di
cuenta que soy el más estúpido de los vegetales. Y, desde que me di cuenta, la
cosa fue de mal en peor.
Me siento como un
pedacito de lechuga impunemente adherido a los dientes postizos pringosos y
amarillentos de una gorda vieja y mugrosa.
Directamente de la
huerta a los dientes de la gorda. Así me siento hoy.
Y es que probablemente
sea una lechuga. Rodeado de pulposas y nutritivas hortalizas, hermosas frutas,
picantes rabanitos… a mí me tocó ser una lechuga.
Probablemente dejé que
así fuera porque eso hacen las lechugas… nada. No hice nada para ser algo más
sabroso, más interesante, como lo fui hace mucho tiempo. Porque, vea usted, yo
alguna vez debo haber sido un jugoso tomate, un perfumado damasco, una sabrosa
frutilla o un colorido durazno.
Le digo más, yo alguna
vez hacía que las cosas sucedieran. Ahora simplemente me suceden sin acción ni
reacción.
Le explico: por eso me
siento lechuga.
Inerte como sólo las
lechugas pueden ser, a veces me mea un perro o me caga una vaca, en el mejor de
los casos, cuando no me agarra a mordiscones un cerdo insaciable o me pisotea
un caballo empecinado en darme mi merecido.
Y acá estoy, vea,
viviendo como las lechugas viven.
Y le cuento, no sé si
me interesa dejar de ser una lechuga.
Disculpe que le diga
pero es mucho trabajo ser algo más.
Porque, mire, no me
costó nada ser esto que soy… pero ser otra cosa es demasiado agotador para una
lechuga como yo.
Además sépalo, el otro
día escuché al hortelano decirle a su mujer que yo, léalo bien, estaba listo,
casi pasado y que me tendrían que cosechar.
Imagínese mi espanto
al saber que mi destino no sólo era la muerte… además sería quedar pegado en
los dientes postizos de la gorda.
Créame, ante mi
anunciado fin, reaccioné como sólo las lechugas pueden hacerlo: me quedé bien
plantado.
Y finalmente le
confieso algo: sólo pretendo que no duela mucho porque mi capacidad de llorar
anida en mis raíces, profundamente enterradas.