jueves, 20 de mayo de 2010

Contrato con el Familiar (Pacto con el Diablo)


Satanás: Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso.

A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.
-Quiero pedir un favor -dijo Satanás. -¿Cuál? -preguntó el Creador
-Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.
-Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes?
-Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo.
Y así se ordenó.*

*Adaptado del Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce, 1891.





La Leyenda

            Los patrones de los ingenios azucareros, para hacerse más ricos, para tener más suerte y abundancia, realizan un contrato con el Familiar, que es el Diablo. Cada año le ofrecen un peón de los que llegan a la cosecha, para que se lo coma. En las grandes fábricas suelen ocurrir accidentes, particularmente en la caldera y el trapiche y, cuando muere un hombre, se dice que el Familiar ya se ha hecho una víctima (si muere más de uno es porque está muy, muy hambriento). El año será de mayor provecho para el dueño del ingenio cuantos más peones coma el Familiar.
            Esto explicaría el hecho de que en los ingenios más famosos de Jujuy, Salta y Tucumán desaparecieran peones todos los años y nunca se supiera que había sido de ellos.
            Los dueños tenían en la fábrica un cuarto oculto donde vivía el Familiar. Allí enviaban a la gente a buscar herramientas; pero ninguno de los que entraba volvía a salir. Los hombres que conocen de estas cosas son precavidos; llevan una cruz grande colgada en el pecho, un rosario en el cuerpo y un puñal en la cintura. Si les sale el Familiar a querer comerlos, le hacen frente y pelean. Pueden quedar lastimados, con la cara y las manos arañadas y la ropa rota, pero se salvarán gracias a la cruz y al rosario; si el hombre no puede pelear con su facón, entonces será devorado. En los casos en que el peón sobrevive, los patrones les pagan fuertes sumas de dinero para que no avise a nadie y se vaya.
            Este ser diabólico aparece como un perro enorme, feroz, siempre al acecho de cualquiera que pase; o como un viborón negro con ojos de gato y cerdas en la cabeza. Se recomienda no matar a las víboras negras que se encuentren, porque puede tratarse del Familiar (no son muy largas pero sí gruesas; a veces tienen cabeza de perro, como el Teyúyaguá de Corrientes). Aparece también como persona, mulita, cerdo o un torito negro. Bajo este último aspecto, puede balar y el ganado lo rodea inmediatamente. Se lo ha visto cruzar de noche los cañaverales arrastrando una pesada cadena; nada lo detiene y atraviesa paredes o pantanos sin que nadie logre herirlo.
            Los numerosos ingenios de Tucumán, las grandes fincas de Catamarca y San Luis y los viñedos importantes en nuestro país cuentan todos con un Familiar que hace parir a las vacas, reproducirse en abundancia las majadas, prosperar las cosechas y acrecentar riquezas. Además de comer hombres, se alimenta con leche, menudos de vacas carneadas especialmente para él, o grandes ollas de locro. Vive encerrado en sótanos donde se lo escucha gemir como un niño, en habitaciones ocultas en las casas o fábricas, corrales de pircas y, en su aspecto de víbora, puede habitar en baúles o vitrinas.
            Cuando el dueño se muere y no pasa el secreto a otro, el Familiar deja de ser bien atendido y entonces éste se pierde y la fortuna desaparece. En San Luis, particularmente, el Familiar es siempre una gran víbora, más específicamente, una lampalagua, también llamada boa de las vizcacheras. Suelen alcanzar hasta cuatro metros de largo y viven cerca de cuarenta años.


Yo tengo un Familiar

            Una noche de verano, volvía de una excursión en motocicleta por las Sierras de San Francisco cuando, sin poder evitarlo, pisé con ambas ruedas a una gran víbora que cruzaba la ruta lentamente. Frené y volví para ver bien qué cosa había pisado y descubrí que era una gran lampalagua. El animal estaba maltrecho pero aún con vida. Medía unos dos metros y medio de largo y su diámetro era de unos doce centímetros, más o menos. Sin pensarlo, la recogí, la enrosqué como un espiral, y la coloqué en una de las alforjas en la que apenas cabía, envuelta en unas bolsas plásticas que habían contenido mi merienda. Retomé mi marcha a toda velocidad. Iba pensando en la clase de atención veterinaria que precisaría para el animal pero, dada la hora en que llegué a la ciudad, no encontré más que un sólo veterinario que se negó a curarla porque los reptiles le causaban repulsión. Me sentía impotente porque no tenía idea de cómo curar a una serpiente: no había huesos para entablillar ni modo, que yo conociera, para vendarla, coserla o hacerle curaciones.
            -Hacete un buen cinturón con el cuero y dejate de joder -me dijo el veterinario.
            Así, llegué a mi casa con esa insólita carga en mi alforja. La saqué con cuidado, la estiré cuan larga era sobre la mesa del comedor y la examiné cuidadosamente. Alivio. Respiraba regularmente. Tenía escoriaciones en lugares en donde había perdido escamas, y la zona que podría llamarse cuello estaba totalmente aplastada. Pero, no sé cómo, aún respiraba. Noté que en la parte superior de su cabeza había algo así como una cresta pequeña de cabellos duros como un cepillo. Me llamó la atención porque, aunque sabía poco de serpientes, nunca había escuchado o leído que alguna tuviera pelos. Más tarde tendría oportunidad de averiguar de qué especie se trataba.
            Por el momento mi prioridad era cuidarla y procurarle un lugar adecuado hasta su poco probable recuperación. Aclaro que haría lo mismo con cualquier animalito que encontrara herido; no tengo predilección ni repulsión por ninguna especie, incluida la humana.
            Fue muy sencillo adaptar una vieja vitrina en donde coloqué un cuenco con agua y un par de piedras de buen tamaño para que se sintiera como en su casa. Francamente, pensé que no sobreviviría con el cuello aplastado, pero por las dudas... para hacerme un cinturón tenía tiempo.
            Y me fui a dormir.
            Estaba tan cansado que me dormí de inmediato, profundamente, plácidamente... y no tardé en comenzar a soñar.
            -No te debo nada. No me pidas favores. No te debo nada -me decía una suave voz masculina en el oído. Se parecía a un susurro de tono grave, a la vez sensual y amenazante.
            -Me lastimaste y me ayudaste; estamos a mano, pero si me alimentás y me das refugio... yo estaría en deuda con vos, seré tu Familiar, seré tu mecenas, te cuidaré, te aconsejaré.
            Era un sueño muy real por momentos y un poco difuso a veces, pero se repitió toda la noche; y lo que es más extraño, cuando me levanté en medio de la oscuridad para ir al baño, completamente despierto, continué escuchando esa voz. Lo atribuí al cansancio y a la hora de la madrugada. Es sabido que a ciertas horas de la noche, en el silencio, uno puede ver o escuchar cosas extrañas que no son reales sino resabios de lo que estábamos soñando unos segundos antes. Volví a dormirme, arrullado por viejas canciones que me regalaba la radio que encendí por las dudas, y ya no volví a soñar.
            Por la mañana, bastante tarde, me disponía a desayunar cuando recordé a mi nueva mascota. Estaba perfecta, no había señales del aplastamiento y se movía por toda la vitrina, que no era muy grande, buscando una salida.
            Su recuperación me pareció casi mágica... Aunque sabía poco de reptiles, tenía entendido que algunas especies hasta suelen hacerse las muertas cuando están en peligro, así que la dejé en paz y comencé a pensar en devolverla a la naturaleza en unos pocos días. Me senté para desayunar en un sofá que está muy próximo a la vitrina. Mientras bebía mi café miraba asombrado la forma en que la serpiente se deslizaba y el poder que emanaba de sus lentos movimientos. Por un momento pensé que podía ser venenosa y que no había tenido ninguna precaución al manipularla pero después descarté la idea. Era obviamente una boa constrictora, más precisamente una lampalagua y mataba sólo presas del tamaño de una vizcacha o un conejo, con el sólo poder de sus músculos; pero esa cresta de pelos en su cabeza era muy extraña. Ningún reptil tiene pelos y, aunque podía ser una malformación, no me parecía muy probable.
            -¿Me vas a responder o todavía creés que estás soñando? -me interrogó la misma voz de la noche anterior.
            Venía directamente de la vitrina. Pero no podía ser. Yo debía estar alucinando o todavía dormido, o tal vez soñando dentro de otro sueño.
Pero no, la víbora me estaba mirando directo a los ojos y se me antojó, absurdamente, que tenía una sonrisa maligna. La cresta de pelos estaba erizada. Pareció bostezar y me mostró una prolija hilera de dientes enormes muy, muy afilados, que no eran para nada los dientes de una boa normal. Eran dientes diabólicos que no estaban hechos para la caza, estaban hechos para causar daño, para asustar, como los de un mastín o los de un lobo.
            Madre mía... y yo la había manipulado sin pensar en el posible peligro y sin ninguna precaución. Aunque todo eso me parecía una trivialidad si lo comparaba con que, concretamente, esa criatura me habló.
            Tenía toda la casa para mí desde hacía muchos años y no me parecía anormal hablar solo de vez en cuando; creo que todos los solitarios lo hacen... pero hablarle a una víbora, era otro cantar. Aún así, superé mis prejuicios y vergüenzas, le sostuve la mirada y le pregunté -¿vos me estás hablando?
            -Claro que te hablo, Te hice una pregunta concreta y quiero una respuesta ahora, en este momento.
            -Pues no recuerdo la pregunta...
            -Te pregunté si estás dispuesto a cuidarme y alimentarme mientras viva a cambio de ciertos favores que puedo hacerte... favores importantes, que no puede hacerte ningún humano.
            -¿Como por ejemplo?
            -No me respondás con otra pregunta; te advierto que no soy una mascota. Soy mucho más que eso; si te hacés el boludo, no querrás apagar la luz por las noches, te lo aseguro.
            Yo, puedo jurarlo, nunca fui un cagón. No me asusta nada que parezca sobrenatural; pero esta vez, la mirada de la serpiente, sus dientes demoníacos, su cresta de pelos y esa voz susurrante, me hicieron correr una sensación helada por la espalda.
            -Claro que estaría dispuesto a cuidarte -le respondí -de hecho lo estoy haciendo, pero algo me dice que los favores que puedas hacerme tendrán un costo jodido. Me gustaría saber cuáles serían los favores y cuál el precio.
            -Bien, ya es algo. Seré tu protector, tu consejero y mecenas. Tendrás el toque de Midas en tus manos, nada te faltará de todo aquello material que deseás y estarás protegido de maldades ajenas, de la envidia y de las malas intenciones. Todo eso, para empezar a hablar...
            Ya no me cabían dudas de lo sobrenatural y bizarro de la situación. No estaba soñando ni alucinando. Tampoco se trataba de un brote psicótico. Estaba, realmente, hablando con una víbora que no era más que la encarnación de algo diabólico. Pensé de inmediato en sacarme de encima a ese animalito perverso pero, como si leyera mis pensamientos, me advirtió:
            -Y no hagas macanas; podrías matarme fácilmente pero en realidad estarías suicidándote. Vos ya te imaginarás a quién represento. Con ese no se juega.
            -¿Y qué opciones tengo? ¿Si te libero en el campo, me dejarías en paz?
            -No. Ya no es cuestión de opciones. Fuiste elegido. Si te negaras recibirías todas las desgracias imaginables, una tras otra, durante el resto de tu puta vida. Y me parece que ya tenés bastantes. Pensá con claridad. Yo soy el problema pero también la solución.
            Como siempre, me había metido en un quilombo por ingenuo; y tendría que bailar nomás. Le pregunté por el costo que debería afrontar en caso de cerrar el trato.
            -En realidad, para vos el costo no sería demasiado importante. Lo usual sería que me vendas tu alma pero, como no sos creyente, a mi patrón no le interesa ese trato. Más bien le interesaría que aquí, en la Tierra, lo sirvas y lo obedezcas en todo lo que mande.
            -¿Y qué cosas debería hacer, por ejemplo?
            -Empezar por alimentarme, por ejemplo, con una generosa cantidad de leche, todos los días.
            -¿Leche? Pero si sos una víbora ¿no deberías comer conejos o cosas así?
            -Debería. Pero a mí me gusta la leche.
            -Bueno, eso no sería un problema. ¿Y qué más?
            -Como ya tenemos -mi jefe y yo- tratos hechos con abogados, médicos, ingenieros, curas, militares, empresarios y comerciantes, estamos bastante bien surtidos de cultos, oficios y profesiones. Nos estaría faltando, entre otros... un escritor.
           
            La dueña del almacén, donde compro cantidades inverosímiles de leche, cree que mi buen estado físico, mis éxitos laborales y mi salud, se deben a que consumo tan generosa cantidad del noble alimento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario...