sábado, 7 de mayo de 2011

EL DUEÑO DE LAS UTOPÍAS

EL DUEÑO DE LAS UTOPÍAS
(Breve y confundido ensayo sobre los sueños) 



De muy pocas cosas puedo sentirme dueño. O mejor dicho, ser el dueño.
Somos tan estúpidos los humanos que ni tan siquiera somos dueños de nuestros sueños. Ellos nos asaltan, nos estrangulan, se nos imponen. Vienen solapados y nocturnos, nos vapulean, nos moldean, nos hacen ásperos o pulidos, psicóticos o santos, víctimas o victimarios.
No podemos elegir con qué o con quién soñamos. Porque los sueños nos eligen, nos imponen un destino. Y yo escapo de ese destino (déjenme que lo crea) no sólo porque sueño despierto sino que, además, lo escribo.
Bípedos engreídos. Orangutanes con un par de genes atravesados. Monos apaleados por la conciencia. Eso somos.
Creemos y queremos poseer las cosas materiales, aquellas de las que nos sentimos verdaderos propietarios. Aquéllas de las que hasta tenemos algún papelucho que nos dice sensualmente al oído “te pertenezco”…
…hasta que la muerte nos separe, cosa que inexorablemente sucederá.
Hoy hago uso de ese gen prestado que me separa de los simios y pienso que sólo somos dueños de nuestras utopías (no sé por qué pluralizo… tal vez es el otro gen, el del inconsciente colectivo) y eso, a condición de que las utopías queden escritas, que trasciendan. En forma de canción o de pintura, de poema o partitura, de ensayo o cuento, de oración o súplica, de leyenda y hasta de mentiras. Nuestras utopías, si están escritas, nos pertenecerán más allá de la muerte y el olvido.
Por eso elegí escribir, en lugar de acumular.
Elegí la utopía por sobre todas las cosas, inclusive, por sobre la vida misma.
Porque siempre sentí que me rondaba la muerte y que posaría su mano en mi hombro. Nadie, por mí, agregará una vela más a mi viejo candelabro.
Apuro mi pluma, entonces. Sólo para escribir mis utopías, decir mis decires. Apuro mi pluma. Y, aunque me siento ya señalado, lo hago para ver si puedo escribir un poquito más, algunas oraciones sueltas, algún menjunje de sílabas, alguna esdrújula desorientada.
¿Qué cosa es la utopía sino un sueño que sueño porque quiero? ¿No soy acaso el dueño de los sueños elegidos?
Apuro mi pluma, entonces, para que sepan los que quedan y los que vendrán, que hubo alguien que pudo elegir con qué soñar, que lo escribió, que lo deseó y lo tuvo. Y nada, ni la puta muerte, podrá despojarme de eso.
Mis utopías no se apolillarán junto a mis huesos. Soy su dueño. No serán útiles a nadie más. Sólo me sirvieron a mí, no las heredé, no las obtuve trabajando, no las robé, no las compré, no las vendí, no las copié, nadie las heredará, nadie las manchará o retorcerá… las dejo escritas, son mías. 

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